En la mañana, la reina nos recibió en el mismo sillón que ocupaba en la víspera, junto a los ventanales abiertos al aire fresco y perfumado que llegaba de su jardín, la mesa dispuesta ante ella con un sustancioso desayuno.
—¿Cómo han pasado la noche? —preguntó mientras Lenora y sus otras damas nos servían.
Hablaba con su mente, y era evidente que sólo nosotros la escuchábamos. Mael resopló por lo bajo, meneando la cabeza, y le expliqué a la reina lo que ocurriera durante la cena, y que los dos nos sentíamos mortificados por no haber siquiera pensado en ver a los cachorros de Alanis.
—Es comprensible —sonrió la reina—. ¿Cuánto tiempo han pasado con ellos antes de ser capturados? ¿Una hora? ¿Dos? Y no olvidemos que ustedes aún tienen problemas de memoria.
—Eso no cambia que son mis hi