Mael llegó con los niños y Briana poco después, y dejó que la muchacha los llevara a la cama para venir a asomarse con sigilo a nuestro dormitorio.
—Estoy despierta, mi señor —le dije con la mente, muy cómoda bajo las mantas con mi hijo entre mis brazos.
Se acercó a la cama con sigilo, rodeándola para venir a sentarse al borde junto a mí y se inclinó para besar mi frente. Incapaz de resistir la tentación, volví la cabeza ofreciéndole mis labios.
—Creo que llevaré a Malec a su dormitorio —dijo.
Las cosquillas en las yemas de mis dedos cuando me besó me convencieron de dejarlo alzar a nuestro hijo, con cuidado de no despertarlo, y llevárselo de puntillas.
—Briana dormirá con él —dijo al regresar—. Tal vez ella obre el milagro de que no despierte llamándonos.
—La esp