—¡Hermanita! —exclamó Mendel por todo lo alto apenas abrió la puerta de su casa, los brazos abiertos, adelantándose hacia mí.
Alcancé a darle los panes a Aine antes que me atrapara en un estrecho abrazo, y antes que pudiera detenerme a pensarlo, mi rodilla se alzó hacia su entrepierna. Lo aparté de un empellón agitada, y Mendel retrocedió un par de pasos doblándose sobre sí mismo, ambas manos en su ingle, soltando una exclamación.
Los demás retrocedieron también, instintivamente, mientras Mendel se acuclillaba, tosiendo y gruñendo.
—No vuelvas a tocarme sin mi permiso —mascullé, luchando por serenarme.
—¡Vale, vale! ¡Bastaba con decírmelo! —jadeó.
Mael se adelantó riendo y ayudó a su hermano a erguirse. Recuperé los panes de manos de Aine, que contemp