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Apenas probé el primer bocado, sentí una punzada de hambre como si no hubiera comido en tres días.

El espejo bastaba para mostrarme que durante el cautiverio había perdido mucho peso, y buena parte de mi masa muscular y mi fuerza física. Buscar a Risa había proporcionado un excelente ejercicio para comenzar a recuperar mi tono muscular y mi resistencia. Pero mis músculos parecían haber consumido el poco peso que ganara durante las dos semanas que pasara consciente en el pabellón de Vargrheim.

Las largas jornadas de marcha, combinadas con comidas irregulares, que rara vez saciaban realmente mi apetito, y el frío constante, habían sometido a mi organismo a un desgaste que quedaba a la vista sólo ahora, que el apremio por encontrar a Risa había pasado, y no precisaba estar a toda hora activo y alerta. Había llegado a Reisling tal como despertara en el pabellón: extrema

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