—¿Qué ocurre? —pregunté, aunque no sabía si quería escuchar la respuesta.
—Ya le di cuatro cuencos de sangre cocida, y apenas si logré arrancarla de su inconsciencia. Eso significa que precisaremos darle mucho más si pretendemos que no se nos muera de debilidad.
No reprimí un suspiro de alivio al ver que se trataba de algo así.
—¿Por qué crees que necesita tanto? —inquirí con genuina curiosidad.
—Imagino que por el mismo motivo que nuestros antepasados se veían obligados a vivir cazando —se encogió de hombros—. La sangre animal alimenta mucho menos que la humana, y pierde la mitad de su valor nutritivo cuando la cocinas.
—Nada que hacerle —suspiré—. Tendré que pasarme los días cazando.
—Al menos sabes que siempre tendrás montones de comida disponi