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A pesar de que tardamos sólo cuatro días en alcanzar Reisling, y de que Enyd insistía en que Risa bebiera al menos un tazón al día de sangre de liebre cocida, las fuerzas no le alcanzaron a mi pequeña para terminar el viaje por sus propios medios.

Por suerte reconocí los signos de su debilidad: la actitud ausente, la mirada perdida, los prolongados silencios. Cuando le pregunté al respecto, Risa se vio forzada a admitir lo que le ocurría, y que estaba usando la poca energía y la poca atención que le quedaban en no caer de su silla mientras cabalgábamos.

De modo que la acomodé frente a mí en mi montura, rodeándola con mis dos brazos para sostenerla, y la dejé dormitar contra mi pecho mientras recorríamos las últimas horas de camino.

Avistamos las antorchas en la empalizada exterior cerca de medianoche, y poco después el propio Balta

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