Noté que Risa parecía aliviada, y no reprimí el impulso de frotarle suavemente la espalda. Se volvió hacia mí como si fuera a decir algo, pero el pequeñín sentado en sus piernas tironeó de su manto, reclamando su atención.
—Gracias por traernos con papá —le dijo, y estampó un sonoro beso en su mejilla—. ¿Puedo seguir llamándote mamá?
Risa asintió con los ojos llenos de lágrimas, demasiado emocionada para articular palabra.
—Mamá Risa suena bien, ¿no? —sugerí con un guiño.
Así era como Sheila y Quillan la llamaban, y se me ocurrió que era una buena oportunidad para que ella volviera a escucharlo. Tal vez la ayudara a recordarlos, o al menos a habituarse.
—¡Sí! —exclamó el pequeñín—. ¡Mamá Risa! ¡Me gusta!
Los demás se hicieron eco alegremente. Ragnar no tardó en llevárselos a ayudar con la cena. Risa insistió en permanecer en la tienda con la excusa de prepararla para la hora de dormir, y preferí no importunarla. Comprendía que lo que acababa