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Un dolor sordo, profundo, me oprimía el pecho, haciendo que el aire pareciera escaso y viciado.

En ese momento oí un gemido sofocado que me hizo olvidar mi batalla interior.

—¿Estás bien? —le pregunté a Risa con la mente.

—No lo sé —musitó.

Intercambié una mirada de inteligencia con Brenan y me apresuré hacia la tienda.

Encontré a Risa arrodillada allí, doblada sobre sí misma, agitada, todavía aferrándose el estómago, lágrimas rodando por sus mejillas. No contuvo más su llanto cuando me agaché a su lado y apoyé una mano en su hombro, observándola con aprensión.

Como en respuesta a los interrogantes que me atormentaban un momento antes, no pude contener mi impulso de tomarla en mis brazos. A pesar de la peste a láudano en la que se convirtiera su esencia, no me cost&o

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