Le acaricié una mejilla con suavidad.
Moría por abrazarla. La amaba tanto, la necesitaba tanto. Volví a tenderme de espaldas y le indiqué que se acercara más. Me bastó alzar el brazo de mi lado sano para que se tendiera en el suelo junto a mí, acurrucándose contra mi costado. La estreché en silencio y besé su frente. Risa se hizo un ovillo a mi lado.
—¿Quieres que te cuente más? —pregunté en voz baja.
Asintió enjugándose la nariz.
—Hablaremos así, para no despertar a los niños, ¿de acuerdo? —le dije con la mente.
Volvió a asentir junto a mi hombro y tuve que besarle el pelo otra vez.
—Más temprano mencionaste a mi esposa, ¿lo recuerdas?
—Sí, la reina —musitó.
—¿Me creerías si te digo que sí estoy casad