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En cuestión de minutos la vi asentir, descansando la cabeza en el hombro del niño que la abrazaba.

—Ven, madre, vamos a dormir —le dijo en voz baja.

La ayudaron a ponerse de pie y la guiaron fuera de mi cuadra, a la que ellos ocupaban. Oí el rumor que hacían al acostarse los tres, y se me llenaron los ojos de lágrimas al escucharlos cantarle en susurros una de nuestras canciones de cuna.

Incapaz de contenerme, apreté los dientes para aguantar el dolor y me las compuse para ponerme de pie. Me envolví en el manto y me asomé por encima del tabique que separaba ambas cuadras.

Al ver la escena al otro lado se me cerró la garganta con una mezcla de emoción e impotencia.

Risa se había tendido en medio de los niños, hecha un ovillo bajo uno de sus mantos, uno de los más pequeños entre sus brazos. Parecía haber vuelto a dormirse de inmediato,

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