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La luz del sol parecía brillar más a un centenar de metros más adelante, y pronto comprendí que nos acercábamos al linde del bosque. Incapaz de contener mi ansiedad, taloneé a Briga para adelantarme por el sendero.

—Ya llegamos, hijo —le susurré a Malec, que se irguió expectante entre mis brazos, sentado delante de mí en la montura.

Un momento después los árboles raleaban, y se abría ante nosotros el pequeño prado. Desmontamos para tomarnos un momento para admirar el lugar. Mael ya llegaba a nuestro lado, y desmontaba también para venir a nuestro lado. Las risas y ladridos a nuestras espaldas hicieron que Briga y el semental de Mael salieran al prado, liberando el sendero para que los demás pudieran pasar también.

Los cachorros pasaron corriendo, apenas visibles entre la alta hierba, seguidos por Dugan, en su típico papel de precepto

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