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—¡Risa!

La voz de Mael me despertó bruscamente, y apenas abrí los ojos advertí su ausencia. Dormíamos todos en cuatro patas, repartidos en las cuadras. Nosotros ocupábamos una con los niños, que dormían profundamente en un tibio montón, acurrucados juntos en sus mantas.

—¿Mi señor? —respondí.

—Necesito que hagas lo que digo tan aprisa como puedas. Vístete con ropas de montar, procúrate uno de los machetes que trajimos y ven al bosque al norte del prado.

—¿Qué? —pregunté confundida, aunque me levanté de inmediato.

Mientras me vestía apresurada, y revolvía alforjas hasta dar con un machete, Mael me explicó que él y sus sobrinos tenían acorralados a un grupo de cazadores furtivos humanos.

—¿Y yo qué tengo que ver? —inquir&iacu

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