Los días siguientes trajeron una nueva rutina que acepté con gusto. Saber qué haría a continuación, cómo, con quién, me ayudaba a liberar la mente para otras cuestiones más importantes, como los cambios que se gestaban a mi alrededor y en mí misma.
En la mañana, después que Briana se llevaba a los niños a la guardería, Mael bajaba a trabajar con sus hermanos y yo me reunía con Aine para ir a los aposentos de la reina. Solíamos ocupar la salita secundaria, más pequeña e íntima, las ventanas abiertas al verano, la reina recostada en su diván y Aine sentada al escritorio con todo lo necesario para escribir. A mí me gustaba sentarme en la mullida alfombra junto al diván, una mano de la reina en la mía.
Sus preguntas eran siempre claras, directas, apuntadas a despejar sus dudas sobre los vampiros como sociedad. Me ayudaban