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Parte de aquella nueva rutina era reunirme a almorzar con Mael, sus dos hermanos y sus esposas. Kaile y Fiona ya estaban al tanto de los planes de Mael de abdicar en favor de Milo, y durante la comida platicábamos los seis abiertamente de las decisiones y preparativos que tenían en mente.

En realidad, eran ellos quienes hablaban, y nosotras más bien nos limitábamos a intervenir con comentarios o preguntas puntuales. Y yo aprovechaba para comer cuanto caía en mi plato. Porque desde que la reina comenzara a hacerme beber sus viales, mi estómago parecía haberse convertido en un abismo sin fondo.

Por la tarde, tras la siesta que todos los cachorros dormían después de almorzar, Mael y yo salíamos al prado con lo que Milo llamaba divertido “nuestra manada variopinta”. Los hijos del propio Milo y las hijas de Kaile venían también, para alivio de las cuidadoras. Aine y Briana se reu

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