Verdades que duelen

El choque entre los tres era inevitable. Y en esa habitación, cargada de odio, secretos y traiciones, apenas estaba por comenzar la verdadera tormenta.

Teresa alzó la vista lentamente, sus ojos brillaban con esa mezcla de manipulación y falsa ternura que había perfeccionado durante años. Se humedeció los labios, respiró hondo y, con un tono que pretendía sonar maternal habló.

—Hijito… qué bueno que viniste. No entiendo qué hago encerrada aquí.

El silencio que siguió se quebró con una carcajada sarcástica. Era Jack. Sus labios se curvaron en una sonrisa helada, burlona, llena de veneno.

—Oh, qué conmovedor —dijo, dejando que cada sílaba goteara ironía—. Pues parece que a tu querido hijo se le ocurrió la fantástica idea de traerme junto a ti… mi adorada madre… para una “reunión familiar”.

El sarcasmo rebanaba el aire como cuchillas.

Los ojos de Teresa se abrieron de par en par al reconocerlo. Un temblor cruzó su rostro, una sombra de algo que intentó ocultar con rapidez.

—¿Jack? —murmur
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