Mía bajó lentamente las escaleras, con el suave crujir de la madera bajo sus pies marcando el ritmo de su andar.
Llevaba una falda corta que ondeaba con ligereza a cada paso, y una blusa blanca que dejaba al descubierto sus hombros y parte de su hermoso pecho. El cabello suelto le caía en ondas brillantes por la espalda.
El sol matutino entraba a través de los ventanales, iluminándola como si el universo entero conspirara para resaltar su belleza natural.
Logan, que estaba esperándola en la planta baja, se quedó inmóvil al verla. El lobo dentro de él gruñó con fuerza, poseído por un instinto protector y a la vez posesivo. Su loba también respondió, un suave aullido que resonó en la mente de Mía como un eco de fuego. La conexión entre ellos se volvía más fuerte con cada día, con cada mirada.
—Jacob —dijo Logan, sin apartar los ojos de Mía—, que nadie deje de patrullar. Quiero todo vigilado.
—Sí, señor —respondió Jacob con una leve reverencia, comprendiendo la seriedad del momento.
Lo