Luca empujó con fuerza las puertas de la biblioteca, el eco de sus pasos reverberando contra las paredes de madera antigua. Su mirada se fijó inmediatamente en Logan, que lo esperaba sentado detrás del gran escritorio, con el ceño fruncido y los nudillos aún manchados de sangre. La tensión en el aire era casi asfixiante.
—Vine tan pronto como lo pediste —dijo Luca, con la respiración pesada, observando el rostro serio del alfa.
Logan levantó la vista. Sus ojos, cargados de ira y cansancio, brillaban con un fuego interno que apenas lograba contener.
—Nos atacaron… —su voz era grave, profunda—. Más de treinta lobos, Luca. Treinta. Hoy cuando iba hacia la oficina.
Un gruñido brotó del pecho de Luca. Sus manos se cerraron en puños, y de inmediato llevó la derecha a su cabeza, frotándose el cabello con furia. Caminó de un lado al otro, sintiendo que la rabia lo devoraba desde dentro.
—Treinta lobos… —repitió entre dientes, como si el número fuera un insulto. Sus pasos se detuvieron y, con