—¡Mierda! —exclamó Owen.
El eco de aquel grito aún vibraba en los muros de piedra cuando el guerrero, que acababa de presenciar la fuga de Owen y Zoe por los pasadizos, giró sobre sus talones con una expresión endurecida por la urgencia. Su respiración era entrecortada, su mirada fija en la oscuridad que serpenteaba hacia los corredores secretos. Un instinto profundo lo empujaba a actuar. No podía permitir que escaparan, no ahora, no cuando cada segundo contaba.
El guerrero elevó el rostro, cerró los ojos y buscó dentro de sí el vínculo sagrado que lo conectaba con el alfa. Logan debía saberlo. Si conseguía advertirle, tal vez habría tiempo de cerrar los caminos, de enviar a otros lobos para interceptarlos en las montañas. Sus labios apenas se movieron, como si pronunciara un rezo silencioso, y el aura de su espíritu comenzó a vibrar. El lobo interior de Logan, sensible a cada señal de la manada, ya comenzaba a inquietarse, a percibir el intento de comunicación.
Pero no hubo oportunid