La cortina ondeaba con el viento suave que entraba por la ventana entornada, y la luz dorada del amanecer acariciaba los contornos de los muebles, dibujando sombras largas y silenciosas.

Logan estaba sentado en una silla al lado de la cama, con los codos sobre las rodillas y la mirada fija en el rostro de Mía. Había pasado la noche entera allí, sin moverse, sin dormir. Vigilando. Pensando. Ardiendo por dentro.

Ella se movió ligeramente entre las sábanas, sus pestañas temblaron antes de abrirse lentamente. Una sonrisa suave se dibujó en sus labios al encontrarlo allí.

—Logan… —susurró con voz ronca por el sueño.

Él exhaló, aliviado. Por un segundo, no había estado seguro de que despertara con esa dulzura. Su mirada se suavizó al verla así, tan vulnerable, tan suya… y al mismo tiempo, tan lejana.

—Necesito hablar contigo —dijo de pronto, pasándose ambas manos por la cabeza en un gesto de frustración contenida—. Y no quiero que me interrumpas… por favor.

Mía asintió, sentándose lentament