Jacob estaba en la biblioteca, las manos aferradas a su cabeza como si quisiera arrancarse los pensamientos que lo atormentaban. La tensión en su mandíbula era evidente, sus ojos brillaban de ira y desesperación.
—¿Cómo puede ser posible…? —gruñó con la voz quebrada—. ¿Cómo demonios esa maldita zorra pudo estar engañando a Logan todo este tiempo?
La anciana, que permanecía erguida frente a él, lo observó con calma. Sus ojos, viejos y sabios, brillaban con un halo de tristeza. Asintió lentamente, como si esa verdad ya hubiera sido conocida por ella mucho antes.
—Victoria solo fue víctima de la envidia… —respondió con voz áspera pero firme—. No solo de Teresa… sino también del propio padre de Logan, de León
Jacob levantó la cabeza de golpe, sus ojos se abrieron como platos. No podía creer lo que escuchaba.
—¿Qué…? ¿El padre de Logan también? —preguntó incrédulo, con un rugido contenido en su garganta.
—Sí —dijo la anciana sin titubear—. La envidia los consumió a ambos. Teresa deseaba oc