Las antorchas chisporrotearon como si celebraran sus palabras. Y en ese instante, Teresa comprendió que había caído en una prisión de la que quizás nunca volvería a salir
Su rostro estaba ensangrentado, pero en sus labios persistía esa sonrisa altiva que lo enfurecía aún más.
—No deberías estar sonriendo —murmuró Owen, inclinándose lo suficiente para que ella pudiera sentir el calor de su respiración—. No después de lo que hiciste.
Teresa lo miró con descaro. Sus ojos brillaban con un destello que oscilaba entre burla y desafío.
—¿Y qué fue lo que hice exactamente? —susurró, relamiéndose la sangre de la comisura de los labios—. ¿Acaso tienes miedo de que no vuelva a hablar?
El golpe fue inmediato. Owen le cruzó la cara con tal fuerza que la cabeza de Teresa giró bruscamente hacia un lado. El sonido seco del impacto retumbó en la cámara como un eco de autoridad.
—¡No me provoques, maldita perra! —rugió, fulminándola con la mirada.
Teresa rió entre dientes, escupiendo un hilo de sangre