Matteo inclinó ligeramente la cabeza en gesto de respeto hacia Mía. Pero en sus labios había una sonrisa contenida, casi insolente, como si supiera perfectamente que su presencia allí significaba mucho más que una simple coincidencia.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Logan con voz firme, aunque en su interior un instinto extraño se alzó como una alarma.
El joven alzó la mirada, dejando que sus ojos se clavaran un segundo más en los de Mía antes de dirigirse al alfa de la manada Tormenta.
—Me llamo Matteo… —dijo con un tono seguro, casi arrogante—. Y creo que debo disculparme con usted, Alfa. Hace unas horas tuve un pequeño accidente… choqué con un auto en la carretera. No sabía que la chica a la que casi atropello era su hija.
El silencio se apoderó de la mesa. Isabella alzó la cabeza de inmediato, sorprendida, mientras Mía se tensaba de pies a cabeza. Logan entrecerró los ojos, midiendo cada palabra, cada gesto, cada respiración de aquel desconocido que ahora se presentaba con demasiada