—Debí imaginar que te enfermarías— masculló mi tío—. Has estado mucho tiempo en Áthaldar y allí el clima es agradable pero aquí…
No lo dejé continuar. Me eché entre sus brazos y lo besé enternecida por su preocupación. Ahora que podía respirar su perfume suave y afrutado, tomaba conciencia de cuanto lo había extrañado y de lo segura que me sentía a su lado.
—Nos espera un banquete— anunció—. No todos los días contamos con la presencia de la Luna de Áthaldar.
El astil aceptó amablemente y regresamos a nuestros caballos para reemprender la marcha. El pueblo celebraba y aunque yo creía que era por el tratado de paz que portaba con la intención de hacer a mi tío firmarlo, muy pronto comprendí que realmente les complacía verme de regreso.
El astil y mi tío me flanqueaban, en actitud sobre protectora, a pesar de que las calles se hacían cada vez más estrechas y al pasar cerca de unos balcones, una fruta sobrevoló mi cabeza para impactarse contra el pelirrojo, pero mi tío consiguió atraparl