No fui capaz de contar los dedos marcados sobre mis hombros, ni los rastros de los dientes, simplemente corrí a buscar el primer traje que asomaba en los arcones y me vestí con él, asegurándome de no dejar visible las huellas de lo acontecido en la noche anterior.
—Majestad, la guardia está lista.
—Y yo también— le aseguré a la muchacha—. Por favor, acompáñame.
Ella se acercó, corrigiendo el orden de mis cabellos y la tomé de la mano o perdería el equilibrio.
— ¿Su majestad está segura de querer viajar?—me preguntó.
—Solo la luz del sol y el aire podrán aliviarme— le dije—. Tanto encierro me ha enfermado.
Me voltee para contemplarme nuevamente en el espejo y suspiré al advertir que realmente nadie podría adivinar las magulladuras que tenía. El vestido, de un verde claro, resultaba muy sentador y combinaba con mis ojos. El cabello me brillaba, agradecido por los cuidados de Blehien y el cinturón de estrellas perladas se ocupaba de ajustarme el talle, de modo que mis caderas exhibier