Los niños aplaudieron la ocurrencia y Blehien me siguió para cuidar de que no me callera o todos los guardias que nos acompañaban enloquecerían y terminarían por mojar sus lustradas armaduras.
—Majestad, no debería estar jugando tan despreocupadamente —me dijo, acercándose a la fuente hasta salpicarse las ropas con mis chapoteos—. Esta no es la clase de visita que todos pensamos que haría en Antháel.
—No— declaré—. Todos esperaban que me reuniera con los altos señores y con los nobles que me presentarían ricos obsequios y que pretenderían manipularme, disfrazando peticiones con concejos desinteresados.
— ¡Majestad!
—En vez de estar reprendiéndome por mis actos, debería estar recogiendo en una lista a las familias que tengo que proveer de ropas y comida, así como a los enfermos que necesitan ser llevados a un lugar más seguro.
Evitando que pudiera poner en duda mis órdenes, le di la espalda, para enfrentar a los pequeñitos que jugueteaban inocentemente, impulsados por los aplausos d