Sin dudas yo prefería conversar con las guerreras que habían sido repudiadas por el astil del fuego y consideré un triunfo el haberlas ganado para mi séquito, ya que eran las mejores mensajeras que podía tener. La ausencia de espías lo demostraba y sobre todo, porque al recibir las cartas de mi tío, sus palabras confiadas demostraban que eran un medio seguro para comunicarnos.
Dízaol de Sethen, el cabeza de mi guardia real y el alto señor de la Luna, estuvieron de acuerdo en que esas mujeres eran idóneas para infiltrarse entre los bárbaros, porque yo necesitaba tener la información correcta, y no conformarme con lo que el concejo creía que debía saber. Juntos elegimos a las más capaces y las proveímos de cuanto pudieran requerir para una misión tan arriesgada, que les devolvía el brío perdido al ser rechazadas por sus propios maestros.
Al fin estaba obrando como una verdadera reina y mis súbditos correspondían al amor que les tenía, sin embargo, no me bastaba. La imagen del rey abra