Ella llevaría entre sus manos, el regalo que presentaría a mi esposo y a las otras doncellas no les molestó mi elección, ya que ambas estaban muy ocupadas, luchando por permanecer a mis costados.
Me entretuve comprobando que mi aspecto no distaba del de una reina y me complació que, a pesar de lo holgado del traje, su color dorado resaltara mis ojos y los mechones negros y ensortijados que me caían por la espalda, coronados por una fina tiara de esmeraldas.
Los guardias, encabezados por Dízaol, me abrieron paso por los corredores, asegurándose de que no hubiera ningún asesino refugiado entre las sombras y causando gran impresión a cuantos se maravillaban con las armaduras, pero a mis doncellas no solo les atraía el despliegue de poder y la excitación del festejo.
Blehien no pudo contenerse más, y se echó a reír, haciéndome notar que Leanne y Dinné luchaban, se apretujaban por los estrechos senderos que tomábamos, y todo para poder rosar la sombra del imponente cabeza de mi guardia.