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No me humillaría pidiendo explicaciones y mucho menos demostrándole cuánto me hería esa tradición. Tragué dificultosamente y alcé el rostro, sin regalarle la alegría de evidenciar mi enojo, aunque sentía como las mejillas se me coloreaban.

Por un momento creí que se echaría a reír, que aplaudiría, pero él permanecía en silencio, disfrutando, deleitándose con mi contrariedad.

—Estoy feliz y honrada de poder mantener con vida a esas tradiciones que siempre han ennoblecido a mi pueblo —declaré.

—Entonces no tenemos por qué esperar.

El astil del fuego hizo un gesto y los cortinados se movieron, delatando a un grupo de mujeres, hasta ese instante ocultas en un salón continuo. No las miré, mantuve la cabeza baja y conté hasta que mi respiración se acompasó. Dejé las manos a los lados del cuerpo y me incorporé, para caminar hacia las recién llegadas y examinarlas. Todas eran jóvenes hermosas y por sus vestiduras supe que no estaba en presencia de nobles.

—Para evitar que un hijo ilegíti
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