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El astil del fuego ordenaba a gritos y los asesinos desaparecieron de mi vista, dejando a las doncellas temblorosas y a los guardias rabiosos.

—Me alegro de que sea tan amable y compresiva, mas no hallo sentido a que se lleve a cabo esta ceremonia, ya que la tensión lo impide — me dijo—. Todos sabemos que el tesoro ha llegado intacto al reino y que su tío cumplió cuanto prometió a nuestro amado rey Ódgon.

Él desconocía mis intenciones de entregarle una dote a parte del tesoro real y por eso le extendí las llaves doradas que sostenía debajo de mi cinturón.

—Estas son las llaves de los arcones donde reposa mi dote — le anuncié—. Le pertenecen a usted, majestad, como mi futuro esposo y varón de los Édazon.

El rey no supo que decir, no esperaba semejante descubrimiento y al principio tomó las llaves, pero me las devolvió.

— ¿A caso se refiere a una dote a parte del tesoro ya entregado por el rey de Ahiagón? —me interrogó.

—Sí, majestad —contesté—. El tesoro que mi tío devolvió, pertenecía
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