Con manos temblorosas me quité la capa y la tiara, dejándolas encima una mesa al lado del lecho, donde tomé asiento. Quería preguntarles a esas mujeres sobre los siguientes eventos para poder prepararme y lo consideré tan humillante, que me quedé sin palabras.
— ¿Todavía se mantiene en pie el panteón de mis ancestros? —indagué finalmente y en tono apagado.
La prima del rey se me acercó, sin atreverse a mirarme de frente y escuché un suspiro escapándosele entre los labios.
—No, alteza —me contestó—. Éhiel, el usurpador, lo destruyó tres años después de apoderarse del trono. El pueblo seguía viendo en los Édazon a sus señores y guías espirituales, por lo que ese bárbaro no se contuvo y temiendo a nuevas revueltas, destruyó el panteón, así como los bustos que les representaban en el castillo.
— ¿Y los cuerpos de mi familia? —indagué abrumada.
El silencio fue peor que si me hubiese dicho la verdad. No pude contenerme y me eché a llorar. La rabia y la tristeza se mezclaban con la impotenc