—Su majestad enfermará si continua frente al ejercito— me dijo el astil, cabalgando a mi lado por temor a que me callera de la silla—. Sería prudente que regresara a la corte y cuidara del príncipe.
—Si hubiese regresado antes a la corte, probablemente ahora usted estuviera muerto, al igual que el resto de mi ejército y hasta el príncipe hubiese tenido que perder la seguridad de su hogar, con tal de alejarse del peligro— le señalé—. Por eso me propongo quedarme junto a mi esposo y velar por su salud hasta que pueda guiar el mismo a los hombres.
Él no insistió y aunque lo hubiera hecho, no había podido continuar hablándole, ya que mi garganta se resecaba lastimosamente. Estaba tan cansada que no pasó mucho antes de que le pidiera que me dejara cabalgar con él y como sus heridas no le permitirían sostenerme, Dízaol tuvo que ocuparse de llevarme en su caballo para que pudiera dormir un poco.
Mostrarme tan débil ante los soldados no era bueno, sin embargo, ellos no me juzgarían después d