Quise retirarme y él me lo impidió al llamarme la atención, reverenciándome para despedirse.
— ¡Luna gloriosa! —exclamó—. ¡Luna guerrera!
Le di la espalda y acepté la mano que el astil del fuego me ofrecía, porque no estaba segura de poder mantener el equilibrio.
Había conseguido detener los ataques, mediante un intercambio justo, y si todo se llevaba a cabo como lo planeaba, podría considerarla una victoria personal. Solo deseaba que Rownan estuviera a salvo y que Éhiel cumpliera con su parte, o no me quedaría más alternativa que lanzarme en su persecución y asesinarlo, o morir atravesada por sus lanzas.
Regresamos al campamento en ruinas, donde la sangre se mezclaba con el lodo y los brazos yertos emergían, debajo de montañas de escombros, anunciando el lugar de descanso de muchos de mis soldados.
Me encerré en la tienda. Tenía que quitarme ese vestido dorado y vomité tan ruidosamente, que Dízaol estuvo a punto de derribar el biombo para asegurarse de que estaba bien.
Escogí un traj