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Tuve que ayudarlo y me fue difícil no burlarme por su descontento, así que cuando necesité que me llevara en brazos para evitar un encuentro indeseado con las ratas, supe que recibiría el mismo trato.

—Tengo una reina que no teme a los bárbaros, pero que salta a los brazos de su esposo en cuanto ve una rata— se burló—. A los astiles les encantará conocer ese detalle.

Abandonamos la cabaña y la insistencia de la luna, señaló el estrecho sendero que debíamos tomar para reunirnos con los hombres, que ya estaban listos para continuar el viaje.

Los saludé con un gesto, sin perder la comodidad que encontraba en los brazos de mi esposo y este aun sonreía por su descubrimiento.

—No les temo tanto a las ratas, solo me dan asco— le aseguré—. Cuando era niña tuve que pasar muchas noches encerradas en una celda, mientras mi tío defendía el castillo.

— ¿¡En una celda!?

—Si—continué—. Era el único lugar donde los asesinos nunca me buscaban y gracias a esa ocurrencia me salvé en innumerables ocasion
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