El amanecer llegó demasiado pronto. Dante fue despertado bruscamente cuando Luna abrió la puerta de su habitación sin ceremonias.
—Arriba— ordenó. —El entrenamiento no espera a los dormilones.
Dante gruñó, cada músculo protestando mientras se sentaba. —¿Qué hora es?
—Hora de empezar— Luna le lanzó ropa limpia. —Te ves terrible con esos harapos. Cámbiate y encuéntrame afuera en cinco minutos.
Salió antes de que Dante pudiera responder. Él miró la ropa: simple, pero de buena calidad. Pantalones oscuros, una túnica sin mangas que permitiría movimiento libre. Se cambió rápidamente, agradecido de finalmente quitarse las ropas ceremoniales destrozadas.
Cuando salió, encontró a Luna en un claro detrás de la cabaña. Había marcado un círculo grande en el suelo con sal mezclada con hierbas brillantes.
—¿Qué es esto? — preguntó Dante.
—Tu primera lección— Luna se paró en el centro del círculo. —Meditación bajo la luna.
—Pero es de día—señaló Dante.
—La luna siempre está ahí, solo que no la vemos