Mundo ficciónIniciar sesiónEl viaje al Río Negro tomó tres días. Tres días de hambre, dolor y constante vigilancia. Dante cazaba pequeños animales cuando podía, bebía de arroyos y dormía en árboles para evitar depredadores nocturnos. Cada noche soñaba con su padre, con la traición, con Víctor. Y cada mañana despertaba con renovada determinación.
El tercer día, finalmente escuchó el rugido del río. Era más grande de lo que esperaba, sus aguas oscuras y rápidas. La vegetación aquí era diferente: árboles más antiguos, flores que brillaban tenuemente en la penumbra. Había magia en este lugar, podía sentirla en su piel.
—¿Dónde estás, sanadora? — murmuró, buscando alguna señal de habitación.
Un crujido de ramitas lo puso alerta. Giró, garras emergiendo instintivamente. Pero no había nadie. Solo el viento moviendo las hojas.
—Arriba, no abajo— una voz femenina, suave pero con un filo de acero, vino desde las copas de los árboles.
Dante miró hacia arriba y casi cayó hacia atrás de la sorpresa. Una mujer estaba sentada en una rama a unos diez metros de altura, observándolo con ojos que brillaban con luz plateada. Era hermosa de una manera salvaje: cabello largo color ébano, piel pálida, rasgos delicados pero con una intensidad que hablaba de poder contenido.
—¿Quién eres? —preguntó Dante, manteniendo sus garras fuera.
—La pregunta es quién eres tú —la mujer saltó de la rama, aterrizando con gracia imposible a pocos metros de él. —Y qué haces en mi territorio.
—Busco a una sanadora—respondió Dante cautelosamente.
—¿Y qué te hace pensar que hay una sanadora aquí?— la mujer lo rodeó, estudiándolo como un depredador estudia a su presa. Dante notó que ella también tenía garras, pero las suyas brillaban con luz tenue.
—Me lo dijo... alguien—terminó Dante, sin querer mencionar a Garron.
—Mmm— la mujer se detuvo frente a él, inclinando su cabeza. —Dante Mora. Hijo de Marcus, heredero de Luna Plateada. O el exheredero debería decir.
—¿Cómo sabes mi nombre?— Dante retrocedió un paso.
—He estado observándote desde que entraste a las Tierras Salvajes— ella respondió simplemente. —Has sido... interesante.
—¿Me has estado espiando?
—Protegiendo mi territorio— corrigió ella. —Cuando sentí tu energía la primera noche, cuando ese poder plateado despertó brevemente, supe que eras diferente. Peligroso, quizás. Así que te observé.
Dante procesó esto. —Entonces tú eres la sanadora.
—Mi nombre es Luna— ella dijo, y por primera vez, una pequeña sonrisa tocó sus labios. —Y sí, soy una sanadora. Entre otras cosas.
—Necesito tu ayuda— Dante bajó sus garras, mostrando que no quería pelear. —Algo dentro de mí está... bloqueado. Mi lobo no responde como debería. Y hay un poder que no entiendo.
Luna lo estudió en silencio por un largo momento. Sus ojos plateados parecían ver a través de él, evaluando algo más allá de lo físico.
—Sígueme— finalmente dijo, volteándose hacia el bosque. —Y guarda tus garras. Si quisiera matarte, ya estarías muerto.
No era reconfortante, pero Dante la siguió de todas formas. ¿Qué otra opción tenía?
Luna lo guió a través del bosque por un camino invisible. Los árboles aquí estaban marcados con símbolos similares a los de la cueva. Dante los señaló.
—¿Qué significan esos símbolos?
—Protección— Luna respondió sin mirar atrás. —Mantienen alejadas a las criaturas oscuras. Aunque parece que tú pudiste pasar sin problemas.
—¿Por qué?
—Porque llevas la marca de un Alfa Primordial— Luna finalmente se detuvo, volteándose para mirarlo. —O más específicamente, su descendencia. Los símbolos reconocen tu linaje.
—No sé de qué hablas—Dante frunció el ceño. —Mi padre era un alfa normal.
—¿Lo era?— Luna arqueó una ceja. —Dante, tu ignorancia de tu propio legado es... preocupante. Pero supongo que es por eso que tu poder está dormido.
Llegaron a una cabaña escondida entre árboles antiguos. Era pequeña pero bien mantenida, con hierbas colgando del techo y cristales que captaban la luz. El lugar emanaba una sensación de paz que Dante no había sentido desde que fue exiliado.
—Entra— Luna abrió la puerta. —Y prepárate para respuestas que quizás no te gusten.
Dentro, la cabaña era sorprendentemente acogedora. Había una cama, una mesa de trabajo cubierta de hierbas y frascos, estantes llenos de libros. Un fuego ardía en la chimenea aunque nadie lo había encendido.
—Siéntate— Luna señaló una silla. —Déjame ver tus heridas.
Dante se sentó, de repente, muy consciente de cuán terrible se veía. Días sin bañarse, ropa destrozada, sangre seca. Luna se acercó, sus manos comenzando a brillar con esa luz plateada.
—Esto va a doler— advirtió ella, antes de colocar sus manos sobre el pecho de Dante.
Dolor blanco explotó a través de su cuerpo. Dante gruñó, agarrando los brazos de la silla con fuerza suficiente para que la madera crujiera. Podía sentir sus costillas reubicándose, tejidos rasgados uniéndose, moretones desapareciendo.
—¿Qué... eres?— jadeó.
—Te dije, soy una sanadora— Luna mantuvo sus manos firmes. —Pero mi don viene de la luna misma. Por eso me exiliaron de mi manada. Dijeron que era magia oscura, prohibida.
—¿Por qué es prohibida?
—Porque tiene un precio— Luna retiró sus manos finalmente. Dante notó que ella lucía más pálida, como si la sanación le hubiera costado energía. —Cada sanación toma parte de mi propia fuerza vital. Úsala demasiado y moriré.
—Entonces ¿por qué me ayudaste?— Dante la miró, confundido.
Luna se alejó, sirviendo agua de un jarrón. —Porque tu energía... es similar a la mía. Plateada, lunar, antigua. No he conocido a otro lobo así desde que llegué aquí hace cinco años.
—¿Hace cinco años? ¿Cuántos años tienes?
—Veintidós— Luna le entregó el agua. —Me exiliaron cuando tenía diecisiete. Mi manada fue masacrada por nuestro propio alfa cuando descubrió mis habilidades. Dijo que éramos abominaciones.
—Lo siento— Dante bebió el agua, sintiendo cómo refrescaba su garganta maltratada.
—No necesito tu lástima— Luna se sentó frente a él. —Sobreviví. Me hice más fuerte. Y ahora ayudo a aquellos que llegan aquí rotos y perdidos. Como tú.
—No estoy perdido— Dante protestó. —Sé exactamente lo que voy a hacer. Vengarme.
—Ah, sí. La venganza— Luna se reclinó. —Dime, Dante Mora, ¿qué harás después de tu venganza? ¿Después de que mates a tu tío y recuperes tu trono? ¿Qué harás entonces?
La pregunta lo tomó por sorpresa. No había pensado más allá de ese punto. Su mundo entero se había reducido a un solo objetivo: hacer que Víctor pagara.
—No lo sé— admitió finalmente.
—Exacto. Estás perdido— Luna se puso de pie. —Pero podemos trabajar en eso. Primero, necesitamos despertar tu poder. Luego, necesitamos entrenarte. Y finalmente, necesitamos decidir si realmente mereces regresar.
—¿Decidir si merezco?— Dante se puso de pie bruscamente. —¡Ese es mi hogar! ¡Mi derecho de nacimiento!
—Tu hogar te rechazó— Luna replicó fríamente. —Tu propia manada creyó las mentiras sobre ti. ¿Por qué deberías arriesgar tu vida por ellos?
—Porque no todos creyeron— Dante apretó sus puños. —Y porque mi padre murió protegiendo lo que construyó. No dejaré que Víctor destruya su legado.
Luna lo estudió con esos inquietantes ojos plateados. Luego, inesperadamente, sonrió.
—Bien. Hay esperanza para ti después de todo— se volvió hacia sus estantes, sacando un libro antiguo. —Tu padre tenía razón. Tu verdadero poder está dormido. Y sé cómo despertarlo.
—¿Cómo?
—Entrenamiento. Meditación. Y enfrentando tus peores miedos— Luna abrió el libro, mostrando páginas llenas de símbolos similares a los del bosque. —Los Alfas Primordiales tenían habilidades que los lobos modernos han olvidado. Fuerza más allá de lo natural, control sobre los elementos lunares y la capacidad de vincular almas.
—¿Vincular almas?
—Crear lazos permanentes con otros lobos— explicó Luna. —Compañeros, no solo en el sentido romántico, sino guerreros unidos a nivel espiritual. Manadas dentro de manadas.
—Mi padre nunca mencionó nada de esto—Dante miró las páginas con asombro.
—Quizás no sabía. O quizás planeaba contarte cuando fueras mayor— Luna cerró el libro. —Pero ahora tendrás que aprender por tu cuenta. Conmigo como tu maestra.
—¿Por qué harías esto?— Dante la confrontó. —No me conoces. No me debes nada.
Luna caminó hacia la ventana, mirando la luna que comenzaba a alzarse en el cielo oscurecido.
—Porque estoy cansada de estar sola— admitió en voz baja. —Porque cuando vi tu energía, sentí algo que no había sentido en años. Conexión. Destino. Como si nuestros caminos estuvieran destinados a cruzarse.
Se volvió hacia él, vulnerable por primera vez.
—Y porque si existe una oportunidad, por pequeña que sea, de cambiar el mundo de los lobos, de hacer que lugares como este no sean necesarios... quiero ser parte de eso.
Dante vio en sus ojos el mismo dolor que llevaba. Ella también había perdido familia, hogar, todo. Ella también cargaba cicatrices invisibles.
—Está bien— dijo finalmente. —Enséñame. Hazme más fuerte. Y cuando regrese, cambiaré las cosas. Te lo prometo.
—No hagas promesas que no puedas cumplir— Luna advirtió, pero había calidez en su voz ahora.
Un aullido distante rompió el momento. Luna se tensó.
—Eso no es bueno— murmuró. —Ese es el aullido de los Corrompidos. Los lobos que se alimentaron de magia oscura hasta perder su humanidad completamente.
—¿Qué tan peligrosos son?
—Muy peligrosos— Luna comenzó a prepararse, atando hierbas a su cinturón, tomando una daga con runas grabadas. —Viajan en manadas grandes. Y si captaron tu olor...
—Vendrán aquí— Dante terminó. —Por mi culpa.
—Probablemente— Luna le lanzó una daga. —¿Puedes pelear?
—Después de tu sanación, me siento mejor que nunca— Dante atrapó la daga, sintiendo el peso equilibrado.
—Bien. Porque esta será tu primera prueba— Luna apagó el fuego con un gesto de su mano. —Sobrevive esta noche y comenzamos tu entrenamiento mañana.
—¿Y si no sobrevivo?
Luna sonrió, pero no había humor en ella. —Entonces supongo que no eras tan especial después de todo.
Los aullidos se acercaban. Muchos aullidos. Dante sintió su lobo interior despertar más completamente que en días, respondiendo al peligro.
—Vienen— Luna se movió hacia la puerta. —Quédate cerca de mí. Y sea lo que sea que ese poder tuyo haga, espero que puedas llamarlo a voluntad ahora.
—Yo también— murmuró Dante.
La puerta se abrió, revelando docenas de ojos brillantes en la oscuridad. Los corrompidos habían llegado. Y esta vez, no habría escape fácil.







