Con las alianzas formadas, Dante ahora comandaba una fuerza considerable. Casi cien guerreros de cuatro manadas distintas acampaban en las Tierras Salvajes, preparándose para la guerra contra Víctor.
Sin embargo, la tensión política era alta. Elena claramente tenía interés romántico en Dante y no ocultaba su desdén por Luna y Aria, a quienes veía como simples compañeras sin título de alfa.
—No son alfas —Elena comentó una tarde durante el entrenamiento, lo suficientemente alto para que escucharan. —No entienden el peso del liderazgo real. Son solo... acompañantes bonitas.
Aria se tensó inmediatamente, sus manos convirtiéndose en puños. —¿Quieres repetir eso?— gruñó, su voz peligrosamente baja.
Elena se volvió lentamente, sonriendo desafiante. —¿Tienes problema con la verdad? No eres alfa. No lideras una manada. Eres solo la guerrera favorita de Dante.
—Soy su compañera— Aria respondió, avanzando. —Y he peleado más batallas que tú que sólo has tenido ideas originales.
—¿Eso crees?— Ele