Al regresar de la casa de su suegra.
Analizó a la delicada flor, pequeña y blanca, pero mortal.
Pasó el resto de la tarde sentada en una silla del jardín de su mamá, con los brazos cruzados, mirando aquella pequeña macetera de barro que contenía unas diminutas flores.
La olfateó, pero no fue suficiente. Buscó información de la flor en Internet, pero no encontró mucho. Recordó la prueba del sabueso... pero solo los olores.
Buscó en su memoria con los ojos cerrados. Recordó haber olfateado algo horrible que pensó que se le caería la nariz; similar a la flor.
También recordó otro aroma, uno de frescura, que le dio ganas de meter el hocico en la fuente de ese exquisito olor. Era potente, intenso, e incitó a sacar los instintos más primitivos en su ser.
«¿Qué fue lo que olí?». Se preguntó. Solo Russell tenía la respuesta.
Abrió los ojos y buscó su celular. Se detuvo, pues pensó que era muy tarde, ya estaba anocheciendo. Le escribió a Ulises y le preguntó si podía organizar un encuentro con