Capítulo 49

El viento salado me acaricia el rostro mientras terminamos los últimos bocados del churro. Alejandro se estira como un gato al sol y me lanza una mirada cómplice, esa que ya empieza a resultarme familiar, como si compartiéramos un idioma que solo nosotros entendemos.

—¿Sabes nadar? —pregunta de pronto, con un brillo travieso en los ojos.

—¿Eso es una invitación? —Arqueo una ceja, divertida.

Él se levanta de un salto, se quita la camisa y los pantalones sin decir una palabra y empieza a correr hacia el agua. Su risa se mezcla con el sonido de las olas y no puedo evitar soltar una carcajada.

—¡Estás loco! —le grito, mientras me saco las sandalias y el vestido y corro detrás de él.

El agua está fría al principio, pero el calor del día lo compensa. Cuando la ola me cubre hasta la cintura, ya estoy completamente entregada al juego. Alejandro me salpica sin piedad, y yo contraataco entre risas, intentando alcanzarlo mientras él se zambulle y se aleja un poco más.

—¡¡Cobarde!! —exclamo entre
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