No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a moverme.
El cuarto está en silencio, pero no vacío. El aire, espeso y tibio, huele a historia… y a nosotros. A piel agitada, a deseo cumplido, a algo que no sé si estaba destinado a pasar o simplemente explotó porque no podía seguir esperando. La habitación antigua de Alejandro, con sus paredes llenas de recuerdos adolescentes, ahora guarda uno nuevo: el nuestro.
Sigo acostada, con las sábanas cubriéndome hasta la cintura. Mis muslos todavía tiemblan . Mi cuerpo no está exactamente cansado, sino suspendido, flotando entre el antes y el qué hacemos ahora, como si una parte de mí se hubiera quedado atrapada en su respiración contra mi cuello, en sus manos firmes, en su boca que parecía conocerme desde siempre.
Él está sentado al borde de la cama, de espaldas a mí. Se lleva una mano al cabello, suspira, y ese sonido me arrastra con él. La curva de su espalda, el ángulo de su cuello, la piel que me enloquece... Todo eso estuvo conmigo hace