Mundo ficciónIniciar sesiónNo necesita leer el libro "Torbellino de amor" para leer este. Miguel es un hombre poderoso, millonario y con una carrera impecable. Sin embargo, su vida es un misterio que nadie se atreve a revelar. Renata es una joven dentista, con una vida sencilla, pero aventurera y una personalidad poderosa. Un sexy médico que se cree incapaz de amar y una pelirroja que con su loca personalidad hace temblar a cualquier hombre. ¿Te atreves a vivir esta historia de amor? Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
Leer másAl entrar a su recámara, no pudo contenerse más. Lloró y gritó en silencio, para que nadie pudiera oír su dolor. Tantos años perdidos… Todo estaba en su sitio, como si solamente se hubieran ido de vacaciones. Su pecho dolía y su corazón sangraba como nunca antes. Los recuerdos comenzaron a pasar uno a uno. Arturo, su gran amor… cuánto lo extrañaba.Caminó hacia su armario. Ahí estaba toda su ropa. La de él y la suya. ¿Cómo podía cambiar tanto la vida en un segundo? Más bien, ¿cómo podía alguien arruinar una familia tan hermosa?Sacó uno de los abrigos de su esposo. La mancha de vino seguía ahí. Aún recordaba cuando lo llevaba la noche anterior a la tragedia. Se habían tomado una botella de vino en el balcón, mirando las estrellas.—¿Sabes, amor? —Leana observó a su esposo, prestándole toda su atención. —Todas las tardes, al terminar de trabajar, me encuentro loco por volver a casa. Por verte, por ver a los niños —confesó feliz.—¿Así debería ser un hogar? —preguntó ella con ternura.—
—¿Madrina Lea?Al escuchar aquel diminutivo y el eco de una voz tan familiar, su corazón se comprimió dolorosamente. Levantó la mirada con cautela, como temiendo que todo fuese un espejismo. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Armando, su cuerpo entero se estremeció.Se puso de pie de inmediato, y su mirada, antes apagada, se llenó de regocijo y cariño.—Armando… —susurró con la voz entrecortada, extendiendo los brazos con desesperación contenida.Armando no lo pensó dos veces. Con lágrimas surcando su rostro, avanzó hacia ella con pasos apresurados y la estrechó con fuerza. Ambos se aferraron el uno al otro, sin poder contener el llanto.—¡No puedo creerlo! Hijo, qué alegría inmensa verte… —susurró Leana, temblando por la emoción.—Madrina, la hemos extrañado tanto… —murmuró Armando con la voz cargada de sentimiento.Leana se apartó apenas un poco, mirándolo con dulzura, pero al procesar sus palabras, su expresión se ensombreció.—¿Hemos…? —repitió en un murmullo.La trist
La oscuridad reinaba absoluta, una negrura tan densa que parecía envolverlo todo. El goteo persistente de agua resonaba en el vacío, marcando el compás de un silencio sepulcral. Miguel avanzaba con cautela, cada paso desgranando un eco inquietante. Podía sentir el latido de su corazón, un tamborileo desbocado que le llenaba los oídos mientras la tensión lo mantenía alerta. Cada metro recorrido lo acercaba a la verdad que tanto había perseguido: el accidente que había destrozado su mundo y la posibilidad de que su madre estuviera viva.—Ese subterráneo no estaba en los planos de la casa. Miguel, lo mejor será que regreses —instó Armando a través de los auriculares, su tono cargado de preocupación.—No puedo detenerme ahora —replicó Miguel en un susurro firme, continuando su marcha con la obstinación de quien ya no puede retroceder.Armando maldijo por lo bajo, y aunque la prudencia lo instaba a desistir, no dudó en ir tras su amigo. Todo había sido calculado al detalle, pero aquel túnel
La luces blancas iluminan el quirófano donde Miguel demuestra con soltura sus habilidades. Canta mientras sus manos tocan muchos tejidos y nervios que al mínimo error podrían acabar con la vida del joven que le han confiado.—“They will not force us. —Canta fuerte. —They will stop degrading us. They will not control us. We will be victorious. (So come on) …” —Se detiene, alza las manos, retrocede unos pasos y hace movimientos de baile. Todos ríen.—Cada vez que haces eso me haces viajar en el tiempo. Retrocedo a cuando estábamos de internos. —Dice, Armando, asistiéndolo.—Llevamos ocho horas de pie. Mi cuerpo exige movimiento. —Vuelve a colocarse para continuar. De repente los latidos bajan. Todos se paralizan durante unos segundos, pero él analiza rápidamente la situación mientras los demás esperan una indicación suya. Toma el bisturí y hace una incisión. —Lo tengo. Succión, por favor. —Pide y Armando obedece. Lo latidos se regulan poco a poco.El ser un médico es olvidarse de sí mism
La fría noche es una premonición del desastre que estar por ocurrir. Renata siente la garganta seca mientras camina hacía la motocicleta que ya la espera. Sus latidos retumban por todo su cuerpo. Se cierra hasta el tope su chamarra y se abraza así misma. El hombre que está a un lado de la moto esperándola tiene el casco puesto imposibilitando verle el rostro.—Debo de revisarla antes. —Anuncia y sin esperar el permiso de Renata comienza a revisarla. Al comprobar que no trae nada que pueda ser peligroso sube a la moto. —Suba. —Le ordena. Renata obedece.Avanzan unos cinco kilómetros y luego se detienen a lo que parece ser un pequeño parque público. La visibilidad es poca ya que las luces de los faroles son tenues. Como es de esperarse no hay absolutamente nadie. Son casi las tres de la mañana. El Hombre se detiene en medio del parque.—Bájese. —Ordena.Renata baja y el hombre arranca nuevamente, dejándola sola. Nerviosa como nunca mira hacia todos lados, pero el silencio es perturbador
Ya con sus heridas curadas, Miguel, llega al lugar donde lo ha citado el gobernador. El sitio parece sacado de una película de zombis donde deben de resguardarse del ataque de esas criaturas. Es una fortaleza. Miguel esta atónito por la cantidad de seguridad que tiene y de todo lo que han construido alrededor para evitar el ingreso a esta hacienda. Pasa dos retenes de guardias de seguridad antes de poder ingresar.—¡Bienvenido, doctor Miguel! —El gobernador lo recibe. —¿Qué le sucedió? —Reacciona al verlo herido.—Tuve un pequeño percance. Nada grave. —Menciona sin importancia y pasan a la sala principal.El lugar es todo lujo. No escatimaron en dinero. Muebles, sillas, lámparas y chimenea hacen del lugar un paisaje de revista. Miguel sigue al gobernador que no se detiene hasta llegar a lo que parece ser su oficina.—Adelante, tome asiento. —Le indica. —Esta hacienda la herede desde que tenía 20 años cuando mi padre falleció. Desde ese entonces he venido remodelándola. Mi padre tenía





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