Necesito aire y agua.
Me escabullo hacia la casa con la excusa de ayudar con algo, pero en realidad solo quiero alejarme un momento del jardín, de las miradas cómplices, de los comentarios disfrazados de chistes. Todo me parece demasiado real. O tal vez soy yo, que no sé cómo sostener esta nueva versión de mí, la que se acuesta con Alejandro y se siente diferente después.
Camino por el pasillo en silencio, hasta llegar a la cocina. Está medio a oscuras, apenas entra luz por la ventana que da al patio lateral. Hay platos apilados en la mesada, restos de comida en bandejas y un pastel a medio cortar.
Abro la alacena y busco un vaso. Necesito agua para bajar el nudo en la garganta y también para que mis manos dejen de temblar. Además, voy a terminar de cortar ese pastel, porque mi cuerpo me está pidiendo algo dulce a gritos.
—¿Buscas algo? —dice una voz a mis espaldas.
Me doy vuelta de inmediato. Renata está ahí, recargada contra el marco de la puerta, con una copa de vino en la mano y l