El sonido de nuestros pasos resuena sobre el mármol del lobby mientras cruzamos las puertas del hotel. Alejandro camina a mi lado, con una expresión que intenta ser neutral, aunque cada músculo de su mandíbula grita tensión. Afuera, la ciudad sigue vibrando, pero aquí adentro el aire se siente más denso. Como si el escándalo ya se hubiera colado antes que nosotros.
Llevamos horas de caos. Primero Marcela, y después la llamada, pero ahora, mientras nos dirigimos al ascensor, Alejandro me muestra el mensaje más reciente en su celular.
—Fue Renata la que filtró la noticia —dice en voz baja, como si el nombre por sí solo pudiera invocar a los demonios.
Me detengo en seco. El ascensor se cierra sin nosotros.
—¿Renata? ¿Estás seguro?
Asiente y me muestra la imagen: un grupo de WhatsApp de empleados de la agencia. Ahí están nuestras fotos, tomadas durante el almuerzo, con un comentario punzante de Renata insinuando que "la secretaria consiguió su premio mayor". Mi estómago se revuelve.
—La m