El bosque se había convertido en un laberinto de sombras. Helena, Darius y Ayleen avanzaban entre la espesura, siguiendo el sendero que los llevaría al antiguo templo donde, según las indicaciones del druida, encontrarían el artefacto capaz de romper parte del hechizo que mantenía a Darius atrapado en su ciclo de muerte.
El viento susurraba entre las hojas, meciendo las ramas de árboles centenarios que parecían observarlos con recelo. Helena sentía la tensión en el aire, como si el bosque mismo contuviera la respiración.
—Algo no está bien —murmuró Darius, deteniéndose abruptamente. Su mano se posó instintivamente sobre la empuñadura de su daga.
Ayleen olfateó el aire, sus sentidos sobrenaturales captando lo que los demás no podían percibir.
—Huele a... —comenzó, pero no pudo terminar.
El silbido cortó el aire antes de que cualquiera pudiera reaccionar. La flecha emergió de entre los árboles como un relámpago oscuro, dirigiéndose directamente hacia Helena. Fue Ayleen quien, con un mov