El dolor llegó primero como un susurro, luego como un grito. Ayleen se desplomó contra la pared de piedra del pasillo, sujetándose la cabeza mientras las imágenes la asaltaban sin piedad. Ya no eran sueños difusos que podía ignorar al despertar. Ahora venían a ella en plena consciencia, como fragmentos de una vida que no recordaba haber vivido.
*Sangre derramándose sobre piedra ritual. Mujeres con ojos idénticos a los suyos, cantando en un idioma olvidado. Fuego consumiendo pergaminos antiguos mientras gritos desgarraban la noche.*
—No es real —murmuró para sí misma, pero su voz temblorosa traicionaba su incertidumbre.
Cuando la visión se disipó, Ayleen se encontró jadeando, con la frente perlada de sudor frío. El pasillo de la antigua fortaleza del clan permanecía desierto, lo cual agradeció. No quería que nadie la viera así, vulnerable y asustada. Especialmente Darius.
Se incorporó con dificultad y continuó su camino hacia la biblioteca. Desde que había llegado al territorio del cla