La luna menguante apenas iluminaba el claro donde la manada se había reunido. Helena observaba desde un rincón cómo los rostros de los guerreros lobos se tensaban mientras Darius explicaba la estrategia para enfrentar el próximo ataque. Algo había cambiado en el ambiente. Las miradas furtivas, los susurros, la desconfianza flotando como niebla entre ellos.

—¿Y debemos seguir confiando en tus planes, Darius? —interrumpió una voz grave desde el fondo—. Desde que la humana llegó, los ataques han aumentado.

Helena sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era la primera vez que escuchaba comentarios similares, pero ahora eran más directos, más públicos. Darius mantuvo la compostura, aunque ella podía ver cómo sus nudillos se blanquecían al apretar los puños.

—Ragnar, esta no es la forma ni el momento —respondió con voz controlada—. Las decisiones del alfa no se cuestionan frente a toda la manada.

—Quizás deberían cuestionarse —intervino Erika, emergiendo de entre las sombras como si hu