El Gran Salón del Consejo, con sus paredes de piedra antigua y sus vitrales que filtraban la luz mortecina del atardecer, nunca había parecido tan opresivo. Helena observaba desde un rincón, intentando pasar desapercibida mientras los doce miembros del Consejo de Ancianos tomaban asiento en la mesa circular. El ambiente estaba cargado de tensión; podía sentirla como una corriente eléctrica que recorría la estancia.
Darius permanecía de pie, con los brazos cruzados y el semblante impenetrable. Solo el leve tic en su mandíbula delataba su inquietud. A su lado, Erika mantenía una sonrisa diplomática que no alcanzaba sus ojos.
—Convocamos esta reunión extraordinaria por la gravedad de los acontecimientos recientes —anunció Alaric, el más anciano del Consejo, un vampiro de aspecto frágil pero cuya voz resonaba con autoridad—. Los ataques en nuestras fronteras se han triplicado en las últimas semanas.
Un murmullo recorrió la sala. Helena sintió varias miradas clavarse en ella como dagas.
—¿