El dolor llegó como una llamarada, despertándola de golpe. Helena se incorporó en la cama con un grito ahogado, llevándose la mano al pecho donde la marca palpitaba como si tuviera vida propia. La habitación estaba sumida en la oscuridad, apenas iluminada por un hilo de luz lunar que se colaba entre las cortinas.
"Recuerda quién eres..."
La voz, suave como la seda pero firme como el acero, pareció surgir de las mismas sombras. Helena giró la cabeza bruscamente, buscando su origen.
—¿Quién está ahí? —susurró, con la respiración entrecortada.
"Recuerda... la sangre llama a la sangre..."
No era una voz, comprendió con horror. Eran muchas, superpuestas como un coro fantasmal, todas femeninas, todas familiares de alguna manera que no lograba identificar. El dolor se intensificó, y Helena se dobló sobre sí misma, mordiéndose el labio para no gritar. La marca ardía como si le estuvieran aplicando un hierro al rojo vivo.
—Por favor... —suplicó a la oscuridad—. Basta...
Las voces continuaron,