El bosque había cambiado.
Donde antes los árboles susurraban secretos de vida, ahora crujían con advertencias antiguas. Las hojas temblaban sin viento, como si cada rama reconociera que algo que nunca debió despertar ahora caminaba entre ellas.
Kael y Lía avanzaban por el sendero que descendía hacia las cavernas de Petraluz, uno de los lugares más antiguos y sagrados del continente. Savra había dicho que allí podrían encontrar las respuestas sobre el Nombre Olvidado. Y quizá… una forma de vencerlo.
—¿Crees que esté esperándonos? —preguntó Lía, su mano aún aferrada a la de Kael.
—Lo espero. —Su mirada estaba fija al frente, pero su tono era templado por algo más que rabia. Era magia.
Desde su último encuentro con la criatura, Kael había cambiado. Sus heridas no solo sanaron más rápido… sino que había comenzado a percibir cosas que antes le eran ajenas. Sus sentidos eran más agudos, sí, pero también podía ver sombras que no estaban allí, escuchar ecos de pensamientos que no eran suyos.