El primer rayo de sol no trajo alivio. El aire aún olía a magia quemada y a miedo. Lía y Kael no habían dormido más que unos minutos, envueltos en el sudor del placer y la sombra del presagio. El aullido de la noche anterior había sido más que un aviso; era una declaración de guerra.
Cuando salieron de la tienda, la manada ya se había reunido. Savra, con su bastón de hueso y ramas, caminaba en círculos junto al fuego central. Sus ojos estaban inyectados de rojo y su voz, al borde del delirio.
—Él se ha levantado… el que fue sellado… ¡el lobo que perdió su nombre! ¡El eco de la primera traición!
Lía sintió la marca en su espalda arder nuevamente. Kael se mantuvo a su lado, los dedos entrelazados con los de ella como un pacto silencioso.
—¿Qué significa eso? —preguntó Kael, con voz firme.
Savra alzó el rostro al cielo.
—Significa que el tiempo se ha terminado. El despertar del mal antiguo ya no puede evitarse. Debemos actuar.
En ese instante, un rugido —no un aullido— cruzó el cielo. El