Los primeros rayos de luna nueva se filtraban a través de la arboleda cuando Kael y Lía descendieron por el estrecho sendero que llevaba al Templo de las Raíces. Valen caminaba unos pasos por delante, su antorcha apenas bastaba para iluminar los jeroglifos tallados en los troncos de los árboles.
El bosque estaba inusualmente callado. No por tranquilidad, sino por contención. Como si los árboles respiraran con cuidado, como si el suelo mismo esperara una verdad enterrada demasiado tiempo.
—Nadie ha venido aquí en décadas —comentó Valen sin mirar atrás—. El Templo fue sellado cuando las antiguas visiones de sangre comenzaron a repetirse.
Kael sostuvo con firmeza la mano de Lía. La marca en su espalda ardía como si se reactivara con cada paso. No era solo dolor. Era memoria. Energía. Llamado.
Al llegar al claro, un círculo de piedras grabadas delimitaba el acceso al templo. En el centro, un árbol milenario cuyas raíces crecían hacia dentro de la tierra, formando una cámara natural.
Lía s